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Terminé con una especie de caso práctico de modo que, en un día normal de cualquiera de nosotros (expuse el mío) pudiéramos comprobar la "magia" de algunos de los inventos y desarrollos tecnológicos que nos rodean y a los que apenas prestamos importancia.
Esta es la primera parte del día, desde que me despierto hasta que bajo al garage y me meto en una masa metálica con 4 ruedas... y ahora os cuento lo que viene después.
Lo dicho, pulso una cosa de mi bolsillo, se encienden 4 luces naranjas y entro en el coche. La verdad es que aunque los coches no se hayan desarrollado tanto como otros inventos tecnológicos es un auténtico escándalo pensar que sentado en un asiento y moviendo un poco los tobillos y algo las manos, somos capaz de recorrer cientos de kilómetros.
Tras recorrer los 18 km entre mi casa y el trabajo llego al parking, lo dejo ahí y otra vez me monto en un habitáculo de 2 metros cuadrados que -tras pulsar otro botón- me lleva a la planta dónde trabajo. Milagrosamente acerco una tarjeta a un aparato que hay al lado de la puerta y ésta se abre. Increible.
Me siento en mi sitio y enciendo el ordenador. Una cosa que soporta miles de programas informáticos con los que hacer un montón de cosas (o ninguna de ellas). Me paso 8 horas ahí y vuelvo a casa.
Quedan cosas tecnológicas hasta que termina el día, pero ninguna como que en una pantalla planita aparezcan señores corriendo, jugando al fútbol o pegando tiros... sin que a mi me pase nada.
Y es que gilipollesca o no esta entrada dice verdades como puños en las que no nos paramos a pensar demasiado... y quizás hubiera sido mejor que tampoco yo lo hubiera hecho y dejara que las cosas pasen como son, sin demasiada pregunta.
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