Ya está en el bolsillo mi segunda media maratón. En esta ocasión, nos fuimos a Sevilla a disfrutar de un fin de semana espectacular. Allí nos esperaba la media maratón de Sevilla, Isla de la Cartuja, que mezcla un bonito recorrido por la zona de la Expo (la Isla de la Cartuja) y el centro de Sevilla, que conforma un recorrido espectacular por la capital andaluza.
En lo que a mi experiencia particular fue un fin de semana agridulce, porque mi primo Antonio, con quién empecé a correr hará dos o tres años, me dijo el mismo sábado que no podía correr, ya que venía arrastrando una lesión de rodilla desde hacía un mes, y finalmente no se había recuperado. Para mi fue un palo primero de todo por el. Porque se lo mucho que le apetecía esta carrera y porque -como casi todos excepto Esteban- se la había preparado a conciencia, entrenando duro para estar en forma.
En lo que se refiere a mi experiencia, con el paso de los días la voy valorando más, pero hasta esta misma tarde el recuerdo de los últimos kilómetros pesaba demasiado... pero antes de contar el final, voy a contaros la experiencia completa de este pasado domingo 31 de enero de 2016 en el que a las 11 de la mañana en la Avd. Carlos III arrancaban 21 km y poco para los que me había preparado los últimos 3 o 4 meses.
Hacía una mañana espectacular. Buena temperatura y un sol que animaba a evitar la sombra a medida que pasaban los kilómetros. Mi objetivo era terminar la media maratón con mejor tiempo que en mi primera media maratón, la
#mediamaratonAranjuez que corrí con mis amigos en el mes de marzo del año pasado. Concretamente iba diciendo por ahí que me gustaría hacerla a un ritmo de 5:30 el km, incluso siendo consciente que después de las lesiones y quizás del peor estado de forma, no estaba para aguantar 21 km a dicho ritmo.
Pero arrancó la carrera y me veía bien, así que fui machaconamente rondando los 5.30 durante los primeros km
Me sentía bien, y poco a poco dejaba de controlar el ritmo para concentrarme en las sensaciones, en mantener las pulsaciones por debajo de 160 hasta al menos el km 12 y en disfrutar de las vistas, del ambientazo y del pedazo de día que hizo. Es cierto que la carrera supuso un desgaste mental mayor de lo normal, quizás por estar tan pendiente de todo durante tantos km, fruto de que no tenía al vigués de la gorra blanca a mi lado, como en cada carrera desde hace años.
Sin embargo, en el km 13 aproximadamente, me encontré a mis cuñados animando entre la Torre del Oro y la Puerta de Jerez, y eso me hizo recuperar algo de resuello (confirmado porque a los dos kilómetros, estaban esperándome cerca de la Avd. de la Constitución), previamente a pasar por la Catedral de Sevilla, en la parte de la carrera más bonita por monumental y por ambiente.
Seguía sintiéndome muy bien. Había tomado el blister de glucosa en el km 9 y andaba planificando si tomar el otro en el 15, con el avituallamiento líquido, o un poco más hacia el final de carrera para reservar energía.
Sea como fuere, todo fue bien hasta el km 19... pero en ese mismo instante todo cambió casi de golpe (aunque a tenor de los tiempos, el cambio real ocurrió en mi cabeza... y no tanto en mis piernas). El caso es que cada metro que pasó hasta que crucé la línea de meta en el estadio olímpico fue un auténtico calvario. De pronto me sentí sin fuerzas. Vacío. Y lo que había sido disfrutar enormemente de la carrera, se convirtió en un sufrimiento y en una dura pugna entre un demonio rojo que me decía que parase y caminase un poco, y un demonio blanco que me gritaba que ni hablar del tema... que tenía que aguantar corriendo hasta el final, y que cada vez quedaba menos.
Fui poniéndome objetivos a 200 metros vista, y así fui pasando los últimos metros, en los que avistaba el estadio olímpico... y hasta que ví -casi a punto de entrar- a Antonio y Yova, que animándome a gritos y a pesar de mi lamentable momento físico... me pusieron la piel de gallina y volvieron a darme ese último aliento que me llevó hasta la meta, animado a escasos 100m por mi amigo Pedro (el muy animal había terminado en 1h 40m) que me hizo darme cuenta que lo iba a conseguir.
Y así fue... crucé la meta, pero no había ni pizca de orgullo ni alegría en mi. Era pura supervivencia. Al frenar mi carrera a punto estuve de tropezar y caerme. Miraba hacia arriba buscando el oxígeno que me faltaba, y me agarré a una valla para recuperar el resuello. Un tipo se acercó a mi y me dijo si necesitaba asistencia. Negué con la cabeza (pero sin estar 100% seguro de qué necesitaba en ese momento). A escasos segundos escuché a Pedro darme la enhorabuena y preguntarme qué tal estaba.
"Acabo de mearme", contesté. Fueron unas gotas, pero sin duda una demostración de que mi cuerpo había llegado al límite
Al cabo de un minuto o dos me recuperé y me puse a caminar con Pedro que me cuidaba trayéndome agua, zumos, bebidas isotónicas mientras buscábamos a Esteban, que había llegado 6 minutos antes que yo. Finalmente le encontramos y mientras seguíamos hidratándonos camino de la salida del tunel del estadio, salimos para buscar a Antonio y Yova y contarles la experiencia mientras estirábamos (yo tenía los gemelos como piedras)
A partir de ahí, y después de una caminata de 40 minutos para meternos todos en el coche de Esteban, todo fue disfrutar y comentar cada km de la carrera que -por si fuera poco- me ha dejado un recuerdo en forma de agujetas hasta en las pestañas, pero que hoy martes noche siento que comienzan a remitir... y más vale que lo hagan pronto, porque el 10 de Abril corremos la Vig-Bay, media maratón que va de Vigo a Bayona y que no puede apatecerme más, por lo que conlleva de pura morriña de juventud y porque -esta vez sí- pienso terminarla al lado del runner vigués de la gorra blanca!!