Barcelona, esa ciudad cosmopolita y con un aroma a vanguardia y modernidad.
Barcelona, esa ciudad puente entre la España más casposa y la Europa más moderna.
Barcelona, esa ciudad en la que estuve a punto de estudiar mi carrera universitaria, y que por culpa de mi torpeza en las pruebas de admisión y mis mediocres calificaciones hizo que cursara mi carrera en Madrid.
Barcelona, esa ciudad con mar, con todo lo que eso implica para los que hemos nacido cerca del mismo.
Esa Barcelona que dibujo fugazmente también tiene sus sombras (como todas las ciudades). Y no hablo de temas como el independentismo catalán ni las barreras lingüísticas que puedes encontrar si tienes un poco de mala suerte y das con alguien que no quiere dirigirse a ti en el lenguaje fascista, en otros ámbitos conocidos como castellano.
No quiero hablar de eso. Quiero hablar de una situación que acabo de vivir (en cierto modo, podría decir que aún estoy viviéndola, ya que escribo este post desde el renombrado aeropuerto Josep Tarradellas El Prat). Lo que quiero contar es cómo una ciudad puede dejar de ser ciudad cuando se olvida de sus ciudadanos (obsérvese la etimología de CIUDADanos y su "posible" relación con la palabra ciudad)
Los ciudadanos, o habitantes de una ciudad, deberían ser el foco de todas las políticas de sus dirigentes (en caso de haberlos, o de que les preocupen éstos, y no sólo su propio beneficio), pero recientemente ocurrió un conflicto en Barcelona y Madrid principalmente con relación al gremio de los taxis, y lo que ellos consideraban intrusismo profesional por parte de empresas como Uber y Cabify.
Las resoluciones de los dirigentes de ambos ayuntamientos (o entidades superiores, tipo Comunidad de Madrid o Generalidad de Cataluña) fueron simplemente opuestas. Mientras en Madrid se aceptó la llegada de nuevos jugadores como Cabify o Uber como algo natural y pendiente de ser regulado convenientemente, en Barcelona, se optó por forzar a dichos nuevos jugadores a salir de la ciudad, pues las condiciones en las que les permitían operar eran absolutamente leoninas y en contra de un modelo de negocio principalmente pensado para facilitar al ciudadano/cliente/consumidor, y no en mantener el status quo de unos cuantos, a costa de los anteriores.
Desde la tele las cosas se ven distintas, y lo que en su momento asumí como una decisión errónea, estos días he vivido en mis propias carnes como un atraso en toda regla, y una situación absolutamente contra-natura, si consideramos natural los nuevos negocios como pueden ser:
- los alojamientos compartidos (Airbnb) vs los hoteles y hostales de toda la vida
- el correo electrónico (Outlook, Gmail) vs el correo postal
- el consumo de música (Spotify) vs los CDs y vinilos de siempre
- los ebooks (Kindle) vs los libros en papel
- el ecommerce (Amazon) vs el retailer tradicional o la tienda de barrio
y muchos otros ejemplos, entre los que por supuesto se encuentra el de los servicios de Uber y Cabify vs los taxis.
Dejadme contaros que después de comprobar en mis propias carnes que los servicios de Uber y Cabify no están disponibles en Barcelona, tuve que tirar del (tan odiado por mi) servicio de Taxi tradicional.
Primero estuve paseando (con el menisco recién roto de hace 3 días) para comprobar que no pasaba ningún taxi por La Diagonal (la principal arteria de la ciudad). Cansado de andar y de no cruzarme ningún taxi, decidí abrir la aplicación de Free-Now (antiguo MyTaxi) para pedir un "peseto" por la aplicación. Después de algunos minutos de espera, un taxista aceptó el servicio... pero menos de 30 segundos después, canceló la ruta.
Qué mala suerte, coño! Volví a meter el destino, solicité un nuevo taxi y a los 3 o 4 minutos, otro taxista aceptó el servicio... con idéntico resultado. Anuló la carrera menos de un minuto después de haberla aceptado.
Y así otra vez, hasta que a la cuarta, un taxista que estaba cerca de Mordor, aceptó la carrera sin anularla poco después. Estuve esperando a que llegase más de 10 minutos. Me recogió y me llevó al hotel. Todo correcto.
Hasta que hoy he cogido otro taxi que me llevó desde las oficinas de Vueling, donde tuve una reunión, hasta el aeropuerto de Barcelona... y ahí es cuando he vuelto a experimentar la realidad del taxi y el motivo por el que hace ya varios años me prometí que -salvo que no tuviera opción- no volvería a subirme a ninguno.
Me tocó un tipo que olía mal, con el taxi lleno de mierda y unas uñas más parecidas a las cuchillas de Eduardo Manostijeras que a las de un humano cualquiera. Nada más montarme, el coche de delante ha hecho una maniobra extraña e inmediatamente, sin mediar palabra, se ha puesto a pitar como un energúmeno y a cagarse en su puta madre, y otras lindezas que -sinceramente- no merecía.
Al ver al "colega" y su comportamiento, decidí adoptar un perfil bajo. Miro por la ventana, vistazo al móvil de vez en cuando y a disfrutar de un poco de tranquilidad después de 3 días de infierno... pero recuerdo una anéctoda que viví también en Barcelona con mi amigo Julio, y antes de llegar al destino le pregunté al "peseto" si permitía pago con tarjeta, como invitándole a que encendiera el datáfono... a lo que me espeta, con estas palabras:
"Chaval, estás en Barcelona... aquí todos los taxis tienen datáfono"
"Hasta aquí hemos llegado coleguita" -pienso- y le contesto que sí, que igual que en otras ciudades españolas y europeas, pero que por experiencias pasadas sé que no a todos los taxistas parece hacerles gracia que sus clientes usen dicha forma de pago (que les cuesta dinero y les deja sin propinas, por cierto). Y que vivo en Madrid, y no en Sant Sadurni d' Anoia, que gracias por la información.
Y entonces se pone a darme una charla de moralidad y modelos de negocio, y sin preguntar media palabra, comienza a insultar a los "niñatos" de Uber y Cabify, porque según este individuo, en el mundo del taxi, está todo inventado (no hay peor ciego que el que no quiere ver). No voy a dejar aquí escrito la "sartá" de gilipolleces e incongruencias que salieron por la boca del "enterao", pero si dieré que al sector del taxi le vendría bastante bien un poco de autocrítica y de modernidad. Porque su modelo de negocio (y las mafias de las licencias) simplemente no se sostiene.
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